Definitivamente sí.
Pero confieso que me cuesta etiquetarlo como miedo (¿será que tengo miedo de sentir miedo?). Me puedo sentir nerviosa, ansiosa, incómoda, frustrada, impotente, … pero si soy sincera raramente admito (en público o privado) que tengo miedo. Pareciera que el miedo es solo cosa de niños.
Sin embargo, está más que estudiado y confirmado que la emoción primordial frente al cambio es el miedo (sin importar edad u otros factores). Nos asusta salir del área de confort (aunque ésta sea incómoda), el no saber qué nos espera al otro lado nos despierta un sinfín de miedos (reales o no).
Y eso ¿es bueno o malo?
El miedo no es una emoción ni buena ni mala, esa es la etiqueta que le ponemos cada uno en función de nuestras creencias y vivencias anteriores. Es más, no podemos controlar su aparición. Simplemente ocurre. El miedo es la emoción, es la energía que nos moviliza para que pasemos o no a la acción.
De alguna manera, las emociones actúan como palomas mensajeras que nos ayudan a prestar atención a algo que nuestro cerebro considera que es importante y a darle la respuesta adecuada.
Y ¿qué podemos hacer con el miedo?
Lo primero y más importante es reconocerlo. Permitirnos sentir ese miedo. Incluso etiquetarlo como tal: MIEDO. Y a continuación indagar para conocer cuál es el mensaje que tiene para cada uno de nosotros.
La función del miedo es prepararnos para protegernos de un peligro (real o imaginario). Cuida de nuestra seguridad y protección.
¿Cómo respondemos ante el miedo?
Podemos elegir entre 3 respuestas para responder ante la posible amenaza: luchar, huir o quedarse congelado.
Ante un cambio, si eliges responder quedándote paralizado o huyendo, ya imaginarás que difícilmente conseguirás cambiar nada ¿verdad? Y aunque es bastante obvio, tras la parálisis o la huida, con frecuencia nos instalamos en la queja y nos dedicamos a “echar balones fuera”.
¿Me permites que te cuente una historia que me pasó a mí?
Gracias.
Hace un tiempo tome la decisión de emprender y romper con una trayectoria profesional en el mundo de los recursos humanos. Uno de los retos que tuve que enfrentar fue estar presente en las redes sociales, ser activa publicando e interactuando.
Era una actividad totalmente nueva para mí que me suponía, no solo salir de mi zona de confort, sino estar claramente expuesta ante los demás. De forma inmediata, un torrente de emociones salió a mi encuentro, al principio sentía una mezcla de pudor y vergüenza, al tiempo que mi mente me mandaba mensajes como: “no tienes ni idea de cómo funciona este mundo”, “vas a meter la pata”, “eres una novata”, “no eres para nada digital, esto te va a costar mucho”, … Me armé de valor y me puse manos a la obra. Me apunté a cursos, aprendí a crear un perfil, a entender cómo funcionaba la aplicación, a como subir contenidos y a como dar likes… pero la ansiedad comenzó a crecer y crecer cada vez más … hasta que consiguió paralizarme. Y dejé de publicar.
Este fue mi primer intento. Mi discurso en aquellos momentos era del tipo: “me equivoqué al elegir la red social, por eso lo tuve que dejar”, “tenía abiertos muchos frentes al mismo tiempo, tuve que priorizar”, “ya he probado, pero creo que este no es el camino”, “me lleva demasiado tiempo”, … Como ves de todo menos admitir que realmente el miedo fue mayor que mi necesidad o mis ganas, y que al final mi elección fue una mezcla entre la parálisis y la huida.
Como te imaginarás, con el universo empeñado en que no le diera la espalda a este desafío, al poco tiempo tenía de nuevo frente a mí a ese miura de 600 kilos llamado RRSS mirándome a los ojos con ganas de empitonarme (otra vez). Y yo le miré a los ojos y respiré hondo, una vez, dos veces, … no recuerdo exactamente, pero te aseguro que fueron unas cuantas respiraciones y que me llevó un tiempo, mi respuesta no fue inmediata.
¿Y qué pasó en esta ocasión? Yo sentía que tenía una espinita clavada y mi mente me decía: “¡Marta, esto no va a poder contigo otra vez!”. Así que me armé de valor y tuve una conversación de verdad conmigo misma en la que reconocí (por fin):
que tenía más miedo que vergüenza,
que me aterraba cometer errores
que era algo para lo que no estaba preparada,
que no las tenía todas conmigo,
…
¿sabes? en el fondo dudaba de que yo estuviera hecha para esto.
Y así fue como di el primer paso: me di permiso para sentir el miedo, reconocerlo y aceptarlo. Y escuché con atención el mensaje que mis miedos tenían para mí.
Y a continuación, canalicé toda esa energía para precisarme acercarme a mi objetivo y comenzar a estar presente, publicar e interaccionar en RRSS de forma regular.
El miedo no desapareció, siguió acompañándome (de hecho, sigue conmigo) pero desde otro lugar: más como un aliado.
Como ves, no siempre es sencillo reconocer y aceptar el miedo ante los cambios y retos. Pero la vida es sabia y te presenta la situación una y otra vez hasta que estés preparada para resolverla.
- ¿Te has sentido reconocida? ¿También te pasa que sientes algo y no resulta fácil ponerle la etiqueta adecuada?
- ¿Eres consciente de cómo manejas el miedo y la ansiedad en tu día a día? ¿Y ante tus objetivos o cambios?
- ¿Sientes que tienes las competencias, recursos o apoyos para controlar lo que te produce miedo respecto al cambio u objetivo que persigues?
No hay respuestas buenas o malas. Como ves este es un proceso y no necesariamente tiene que salir todo bien a la primera, ni a la segunda.
Me encantará tu experiencia o saber tu opinión sobre el miedo ante los cambios. Puedes escribir en los comentarios aquí debajo.